Opinión “Las plagas sobre Fenicia
Por: Marcos Peckel
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Líbano como Estado-Nación comenzó como un experimento en 1946 tras el accidentado final del mandato francés otorgado por la Liga de las Naciones en 1920. Sus fronteras podían haber sido diferentes, el país pudo ser más pequeño, un enclave cristiano alrededor del Monte de Líbano. Sin embargo, las ambiciones francesas quizás, de contar con un Estado cliente más grande, le agregaron territorios al sur, norte y este, creando el Gran Líbano, una compleja realidad demográfica, que no necesariamente debía terminar mal, pero peor no pudo ser.
Una constitución confesional con una milimétrica repartición del poder entre los grupos que conforman el caleidoscopio libanés: cristianos, musulmanes sunitas, shiitas y drusos. Una especie de Frente Nacional sin fecha de vencimiento que benefició a clanes históricos al interior de cada una de las comunidades y que ya al puro comienzo había dado señales de inestabilidad.
Sin embargo, Líbano tuvo unos años excepcionales de desarrollo en la década de los 60, convirtiéndose en la capital bancaria y cultural del mundo árabe, hasta que el sistema explotó en pedazos a comienzos de los años 70. El país se deslizó a una cruenta guerra civil de todos contra todos en que las milicias palestinas, expulsadas de Jordania en 1970 tuvieron un rol protagónico. Siria invadió en 1975, Israel en 1982, año en que aparece Hezbollah, organización que, aunque representando a la población shiita, su principal lealtad ha sido con la República Islámica de Irán fundada pocos años antes sobre las cenizas del régimen occidental del Shá.
La guerra civil concluyó en 1989, mas no las fracturas que la causaron y el país quedó a merced de injerencias extranjeras que fomentan las divisiones sectarias. Israel se fue en 2000 y Siria en 2005, tras el asesinato del popular ex primer ministro Rafik Hariri atribuido a Hezbollah y Siria. Nuevas líneas quedaron trazadas. Los clanes cristianos divididos, shiitas apoyados por Irán y sunitas por el Golfo y Occidente.
En 2006, cumpliendo órdenes de Teherán, Hezbollah inició una devastadora guerra conta Israel al término de la cual, el Consejo de Seguridad ordenó su desarme, lo cual está lejos de ocurrir. La organización terrorista posee armamento mucho mas poderoso que el ejército nacional, cumpliendo dictados de Teherán intervino en la guerra civil en Siria apoyando a Bashar al-Assad y a través de manejo político sectario e intimidación armada controla de facto buena parte de lo que ocurre en Líbano.
Las protestas que habían estallado a mediados del año pasado, no fueron contra el gobierno, sino contra un sistema político corrompido, disfuncional y clientizado y tuvieron como uno de los focos el dominio de Hezbollah que trató en su momento de reprimirlas. La llegada de la COVID19 calmó la calle hasta la catastrófica explosión de la semana pasada en el puerto de Beirut que movilizó nuevamente a las multitudes causando la caída del gobierno, mas no del sistema, resiliente hasta ahora a toda intención de cambio.
¿Cederá el sectarismo a cambio de un sistema político funcional, incluyente y beneficioso para todos? Dudoso.